Muchas
veces los hábitos que solemos tener , hacen que no tomemos en cuenta los detalles, la importancia, la belleza, y
hasta el disfrute de los pequeños momentos que forman nuestro día a día… la
vida está hecha de pequeños momentos que
suceden en el presente, y que una vez que pasan se
acumulan en la memoria.
La gran mayoría de los momentos de nuestra vida, son en realidad pequeños y diarios, como lo es : levantarnos, lavarnos la cara desayunar , el vernos con nuestros familiares u otras personas , sentir el viento sobre nuestro rostro… experiencias que pasan desapercibidas en medio de la rutina que nos engulle y distrae nuestra atención, y que no nos permite disfrutar , observar ni vivir intensamente
La gran mayoría de los momentos de nuestra vida, son en realidad pequeños y diarios, como lo es : levantarnos, lavarnos la cara desayunar , el vernos con nuestros familiares u otras personas , sentir el viento sobre nuestro rostro… experiencias que pasan desapercibidas en medio de la rutina que nos engulle y distrae nuestra atención, y que no nos permite disfrutar , observar ni vivir intensamente
Por esto, muchas veces , solo prestamos atención a las grandes vivencias, como por
ejemplo: la primera vez que hicimos algo que nos emocionó profundamente; vivimos esperando grandes momentos, experiencias intensas y excitantes,
como las que traen emociones fuertes,
fama, el reconocimiento de los demás, o que nos hacen sentir vivos por el gran riesgo que implican….
Y en esta muchas veces gran espera se nos pasa la vida en frente de nuestros
ojos, sin poner atención en esos pequeños momentos que forman parte de nuestro día
a día, ni de disfrutar de la grata compañía de las personas que nos rodean y
aman
Está en nosotros mismos tomar esa decisión que nos permita transformar esas experiencias cotidianas en
extraordinarias, reconociendo el valor, la importancia, el milagro, la belleza
y el bienestar o la felicidad que nos regalan, si somos capaces de apreciarlas
y agradecerlas; en lugar de hacerlo cuando estamos a punto de perderles o
simplemente porque ya pasaron… cayendo en el arrepentimiento y la frustración de no
habernos dado cuenta en su momento.
Si
tomamos una pausa y recordamos como vivir la vida como cuando éramos niños, sin
ese peso de lo vivido y sin la angustia de todo lo que deseamos hacer o
conseguir… podremos disfrutar mucho más la vida.
Piensa o pensemos en nuestros hijos por un momento si los tienes y si no piensa en un niño pequeño… Ellos son capaces de disfrutar los hechos cotidianos y alegrarse con ellos, como el momento de tomar el baño, el momento de comer, de jugar contigo… sin tristezas del pasado ni expectativas hacia lo próximo que harán, con toda su atención puesta en el aquí y ahora.
Las personas que han vivido y superado, una experiencia fuerte y traumática, regresan con los sentidos despiertos y atentos a vivir con intensidad y gratitud los pequeños momentos que le dan sentido a sus vidas, como: levantarse cada día, compartir con sus personas queridas, disfrutar la salida o la puesta del sol, de una comida, reconocer los detalles y la magia que envuelve muchas veces lo que nos sucede a todos a diario y a lo que pocas veces le prestamos atención.
Estamos tan acostumbrados a vivir con prisa, a correr todo el día, para hacer más y sentirnos o mostrarnos eficientes, efectivos y exitosos, que buscamos acortar el camino, encontrar atajos, apurar a los demás, en especial a aquellos que pensamos que no nos dejan avanzar a más velocidad, como si de esta manera pudiéramos ser más felices… cuando en realidad, la prisa no nos deja disfrutar del recorrido, del proceso, del encuentro, de la conversación, de la compartida, de estar juntos, de conseguir las cosas y celebrarlas y de tener tiempo.
Aprendamos a valorar el regalo de estar vivos, decidamos convertir los momentos pequeños y cotidianos en experiencias extraordinarias, quitémosle importancia a lo que definitivamente no la tiene y bajemos la velocidad a nuestra actividad diaria, para poder prestar atención a los detalles y reconocer todo lo bueno, lo especial, lo importante, lo mágico y maravilloso que nos sucede cada día.
Piensa o pensemos en nuestros hijos por un momento si los tienes y si no piensa en un niño pequeño… Ellos son capaces de disfrutar los hechos cotidianos y alegrarse con ellos, como el momento de tomar el baño, el momento de comer, de jugar contigo… sin tristezas del pasado ni expectativas hacia lo próximo que harán, con toda su atención puesta en el aquí y ahora.
Las personas que han vivido y superado, una experiencia fuerte y traumática, regresan con los sentidos despiertos y atentos a vivir con intensidad y gratitud los pequeños momentos que le dan sentido a sus vidas, como: levantarse cada día, compartir con sus personas queridas, disfrutar la salida o la puesta del sol, de una comida, reconocer los detalles y la magia que envuelve muchas veces lo que nos sucede a todos a diario y a lo que pocas veces le prestamos atención.
Estamos tan acostumbrados a vivir con prisa, a correr todo el día, para hacer más y sentirnos o mostrarnos eficientes, efectivos y exitosos, que buscamos acortar el camino, encontrar atajos, apurar a los demás, en especial a aquellos que pensamos que no nos dejan avanzar a más velocidad, como si de esta manera pudiéramos ser más felices… cuando en realidad, la prisa no nos deja disfrutar del recorrido, del proceso, del encuentro, de la conversación, de la compartida, de estar juntos, de conseguir las cosas y celebrarlas y de tener tiempo.
Aprendamos a valorar el regalo de estar vivos, decidamos convertir los momentos pequeños y cotidianos en experiencias extraordinarias, quitémosle importancia a lo que definitivamente no la tiene y bajemos la velocidad a nuestra actividad diaria, para poder prestar atención a los detalles y reconocer todo lo bueno, lo especial, lo importante, lo mágico y maravilloso que nos sucede cada día.