Muy lastimosamente
sentimientos como la alegría son
los que se llevan todos los galardones en esta cultura, y parece
que dejamos el alma para quedarnos a
vivir en ella, sabiendo de antemano que en esa ciudad no hay ni siquiera hoteles.
Este sentimiento de éxito en el que nos
imponen vivir, y transitar, necesita de la alegría para justificarse y .
Mientras tanto, al dolor lo colocamos en el Armario más escondido de nuestra vida y lo encerramos y lo
encadenamos con candados, por sentirlo incomprensible
con tanto éxito, perturbador para
mostrarlo y tosco para cargarlo en los
ojos y en la piel.
Lo importante es saber que la alegría es deseable; una
vez que esta se instala necesita gozarse
y disfrutarse, pero en ese determinado tiempo, en nuestra vida nada se transforma, ,
es simplemente un maravilloso efecto , pero con muy poca trascendencia.
El dolor deja heridas, marca nuestros caminos, y nos
acercan inevitablemente a al núcleo al centro l, a lo humano de nosotros y de
los otros; y en medio de tal situación debemos
tener la determinación de aprender para que así el dolor no se convierta en
sufrimiento, y que causa aún más sufrimiento del que ya estamos sintiendo, lo
causa todo el peso que nos añadimos mientras vamos por esa montaña de alta
pendiente que a veces elegimos. Este peso nos lo añadimos cuando, por ejemplo,
nos decimos que esa tristeza durará eternamente, que no es finita, que estamos
vendidos a su antojo.
. Debemos saber notar que en el dolor casi siempre encontramos las lecciones más
importantes en la vida y nos sirven para
guiarnos a mejorar y llegar a tierra fértil.
No nos podemos quedar quietos ante una adversidad. La
superación de ese problema o la aceptación del mismo es fundamental para
derrotarlo. Solo así se irán el dolor o la angustia que nos producen esos
momentos difíciles.
No podemos darnos por vencidos ante una enfermedad,
una crisis económica, la partida de un ser querido o cualquier otro dolor.
Debemos preguntarnos, no el ‘por qué’ sino el ‘para qué’ suceden tales cosas.
Es preciso comprender los planes que Dios tiene para
nosotros. A veces le pedimos sombras, porque el sol es fuerte. Sin embargo,
jamás analizamos que ese calor nos permitirá tener la energía suficiente como
para construir nuestro propio techo
Un psicólogo explicó en uno de sus libros. “Y es que
cuando alguien ha participado en el proceso personal por el que han pasado
tantas mentes inquietas alcanza una sabiduría que le permite comprobar una y
otra vez que el dolor es humano e inseparable al acto de vivir, pero que el
sufrimiento es un artificio que añadimos y del que nos podremos despojar”.
No es malo tener nostalgia ni sentir que en determinado
momento queremos quedarnos con nuestro
dolor a solas. Es más, es necesario a veces tener este momento nosotros mismos,
ese tiempo de encuentro con nuestra intimidad más solitaria. Ese encuentro con
nuestra humanidad.
Cuando estamos en manos de la alegría, estamos
raptados por un sonido abrumador que deja pasar cualquier elemento que lo opaque,
y es allí cuando vamos dejando que pisen nuestro campo sembrado de flores, sin
decir nada, ni protestar, y cuando el dolor, inevitable por demás, nos
despierta, lo que quedan son escombros, difíciles de recoger para comenzar de
nuevo.